No se si ya os conté que a veces, y sin mediación de ningún tipo, odio algo a muerte, chorradas de poco pelo hacen que se me revuelva la madeja de tal manera que hasta me regocije en la patera que me dan.
Estas fiestas del Pilar he vuelto a recordar dos de estas cosas que me sublevan, una son esas jotas bailadas de concurso, tan artísticas y estudiadas que paicen bailes de salón. A mi, la jota, esa jota de toa la vida, la del "allá va, que va, que va-a-a" con el rín-rín-rín de la bandurria no es que me guste, pero tampoco me molesta y hasta soy capaz de contemplarla. Pero que conviertan este baile en ballet hace que me postre delante de la tele, suplicando mano en el pecho y puño en alto, que les parta un rayo en medio del escenario.
Pero lo que verdaderamente creo que menos soporto en este mundo y a nada es comparable, son esos peñistas con el chaleco lleno de chapas. Odio profundamente esos chalecos y subsidiariamente (o como se diga) a quien los viste, porque pa mas inri lo hace con orgullo, tantas chapas tienes, tanto vales.
Me los imagino intercambiando chapas con otros especímenes afines y prendiéndolas de su chalequico cual muescas en la culata de un Colt y aún me corrompo mas, fíjate tu.
Reflexión:
Que si, que ya se que no hacen mal a nadie, ni unos ni otros, solo son personas con una afición como cualquier otra, lo comprendo, tampoco soy un mostrugo. Pero es que no lo puedo remediar, comprendedme a mi también.