Así era como le llamábamos en casa, mas que por su nombre por su apellido, mi padre se había acostumbrado a llamarle así desde pequeño cuando venía en pantalones cortos a que le enseñase dibujo.
Esta semana le han hecho un homenaje en la Casa de Cultura de
Tauste al que todavía no he podido ir y un magnífico
post de Inde en su blog me ha despertado las ganas de escribir un poco para recordar a este hombre que forma parte importante de mi vida y mis recuerdos, porque me he criado viéndole casi diariamente, era socio de mi padre.
Como decía, empezó a venir por mi casa para aprender a dibujar cosa que apenas le hizo falta porque poseía una gran facilidad innata para el trazo rápido y la creatividad, demasiado rápido se lamenta mi padre, que cuenta muchas veces que pecaba de ser poco meticuloso y hacía dibujos que de haberlos hecho mas despacio hubiesen sido la hostia.
Se hizo delineante, que por aquel entonces eran "los que dibujan" (igual daba un plano que un tocino) y montaron entre él y mi padre la "Oficina Técnica
Arba" para trabajos topográficos tanto de rústica como de urbana. Por las mañanas trabajaban en Talleres
Vigata dibujando a pulso despieces de maquinaria, hacían lo que ahora se llama diseño industrial, creaban máquinas propias y perfeccionaban otras "fusiladas" a la competencia. Arriba se puede ver uno de los dibujos de mi padre, demuestra el nivel que por los años 50-60 había en la oficina técnica de
Vigata, poco
Autocad.
Los trabajos de topografía los
hacían por las tardes y fines de semana, después del trabajo de campo mi padre hacía el plano a lápiz y el Ángel lo pasaba a tinta, era una gozada que solo unos pocos
privilegiados han tenido, verles dibujar con todos aquellos
gadgets (por llamarlos de alguna manera) que había entonces: tiralíneas, plantillas de tipos, calcomanías de
"letraset",
portaminas y afilador de lija para la mina...
Olía a tinta china, a goma de borrar y
papel de ozalid en su primera sede que abrieron en la calle las
Sigüetas cuando se les quedó pequeño el salón de mi casa. Allí vi yo la primera calculadora, volvía de la escuela obsesionado con ir a la oficina
pa pegarme ratos y ratos haciendo operaciones aritméticas (no hacía otras operaciones y era enorme) por la simple satisfacción de teclear ese fascinante aparato.
También se les quedó pequeña esta oficina, entró en la sociedad Rafael
Casajús, ingeniero agrónomo que
empezó a traer proyectos de naves para medir, replantear y dibujar. Por aquel entonces ya habían comprado una mesa de dibujo con
tecnígrafo de los nuevos y se mudaron a un local que compraron en la calle Las Almenas en el edificio del mismo nombre que acababan de construir.
Ángel me llamaba siempre "
bardalero" o "
chorrotero" y a veces bajaba a La Cabaña a comprarle Habanos, fumaba
abundantemente pero aligeraba los cigarros, tenía una ceremonia muy peculiar cuando empezaba un paquete, lo golpeaba y prensaba durante un rato antes de abrirlo y cuando lo abría los cigarros habían perdido por lo menos un 15 % de tabaco. Para soltarlos aún mas, hacía algo así como usarlos de rodillo con la palma de la mano y los dejaba tan flojos que en tres caladas ya estaba
ventilao.
En la oficina tenía muchas de sus maquetas y cosas raras que
confeccionaba, no solo dibujaba, tenía una mano especial para hacer objetos con cualquier cosa, era una especie de
McGyver que con dos cartulinas, rotuladores,
tipex (blanqueaba todo con
tipex de ese del
frasquico con brocha) y goma arábiga te hacía el
Alcazar de
Segovia. De hecho tenía una maqueta de la iglesia de
Tauste hecha en cartulina que la gente venía de propio para verla. Arriba uno de sus dibujos que fotografié un poco antes de su muerte.
También era muy dado a guardar todo, cualquier cosa algo curiosa que se encontraba era susceptible de ser incluida en su famoso Libro Gordo. El Libro es una especie de bloc a lo bestia cuyas páginas son cartulinas algo mas grandes de A3 que creo le prepararon en Gráficas Latorre. En sus hojas iba pegando fotos, trozos de programas viejos, facturas viejas de talleres emblemáticos ya desaparecidos, y otras curiosidades que si era necesario ilustraba él mismo con alguno de sus dibujos.
No le importaba un pimiento el orden cronológico de lo que iba poniendo, incluía los contenidos
secuencialmente tal y como los iba consiguiendo o recopilando y no tenía ningún problema en garabatear fotos originales con flechas y círculos alrededor de objetos y caras. A él le gustaba así y punto pelota, igual en una página estabas viendo una foto del día de la inauguración del
Somatén en
Tauste y en la página siguiente ponía fotos y anécdotas de los
Edwars (un grupo musical
taustano de los años 60-70).
Tampoco era para el ningún problema aportar diréctamente sugerencias o cosas que le traían, si le gustaban y eran curiosas las pegaba y a tomar pol saco. Del mismo modo le era indiferente extraer cosas si se las pedían, en un par de ocasiones yo mismo le pedí el libro para escanear cosas que me hacían falta y en lugar de eso las arrancó sobre la marcha y sin pestañear mientras yo le decía "¡Para, para!", "¡hala tira!, bardalero, no te preocupes que ya las pegaré otra vez cuando me las devuelvas". Esta última práctica le costó en mas de una ocasión perder cosas que ya no le devolvieron y que algún cabrón tendrá pa su uso particular, el vicio de pedir (por pedir y luego no devolver) es algo que desgraciadamente ni se pierde ni se perderá.
Muchas veces pienso en la gran suerte que tuve de
criarme frecuentando aquella oficina en la que aprendí montones de cosas (tanto de Ángel como de mi padre) sin darme cuenta. El simple hecho de estar con ellos, tanto viéndoles dibujar como en el campo midiendo hacía que te empapases irremediablemente de su metodología y "malicia" para el trabajo, que la tenían por toneladas.
Termino igual que
Inde:
Ángel
Betoré,
in memoriam.